domingo, 25 de septiembre de 2011
Los años pasan
Era el silencio lo que le tocaba los cojones. Siempre el silencio. Un momento en el que se escucha sólo como se mueve la silla, tu respiración entrecortada, los sonidos de allá fuera. También le molestaba la rutina de no hacer nada, levantarse tarde, sin un futuro cierto en el horizonte. Por eso tocó con dos dedos la pistola, se puso en el límite del balcón, miró de reojo la trayectoria de un autobús para lanzarse contra él. Lo único que le salvaba eran las pequeñas cosas, las tonterías. Un partido interesante le sacaba de la desidia y de la desazón. Un concierto de su grupo favorito le hacía sonreír. No mucho, eh, su vida era una mierda y ni tres acordes harían cambiar esa verdad irrefutable. Se levantaba bastante tarde y ronroneaba en la cama durante 15 minutos. Más de una vez se le pasó por la cabeza: podría aguantar la respiración hasta quedarme en el sitio, se decía. Pura ilusión, ni la muerte es tan fácil. Se ducha y se pone los pantalones de siempre, las zapatillas de siempre, el tabaco de siempre sigue intacto en el pantalón. Se peina como casi siempre y sale a la calle. Se enciende un pitillo y comienza a andar, hacia ningún sitio, sin ningún motivo, con pocas ganas.
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