lunes, 12 de noviembre de 2007

Sara


Algo que escribí hace mucho mucho tiempo....

Se despertó sudando por el calor de campeonato que rondaba por la habitación. No suenan los pájaros, no se oye la brisa fina de las noches de verano golpeando en las paredes ya viejas del barrio. Junto a él una nota guardada en una carta.

La carta tenía el tacto fino de un traje de seda, de una mañana de sábado cuando las nubes aún no han castigado al sol. Un sello rojo fuego cerraba la carta; partía el mundo de lo conocido y el mundo de lo desconocido. Sacudió sus arrugadas manos manchadas por la ceniza del cigarrillo con el que se durmió en una apacible noche y se despertó en un desierto incierto.

Consiguió tras un ligero bostezo, abrir la carta. Una carta de un color crema se deslizaba por sus manos, que se contorneaban de un lado para otro por el nerviosismo. Empezó a leer:

Mi amor:

Hoy he muerto. Ya no llores, nada se puede hacer. En nuestros años ha habido momentos preciosos y momentos en los que no nos entendíamos, como ayer, cuando no soportabas que llegara tan tarde a casa. No confiabas en mí, creías que había estado con otro hombre, pero nada más lejos de la realidad. La verdad es que intentaba curar mi enfermedad, si, esa que un día te menté pero no te dije que poseyera.
Ahora esto me ha matado y no hay vuelta atrás, me hubiera gustado tanto despedirme de ti: besarte en la frente, abrazarte hasta que las horas fueran pasando como gélidas gotas de agua que nunca vuelven al cielo…pero todo acabó y no me queda más que decirte adiós. Te quiero, te quiero…nunca te dejaré de querer. No me olvides, yo desde aquí te arroparé en la noche, te acunaré los sueños y espantaré tus miedos. No me olvides.

Siempre tuya: Sara.


Al terminar de leer se levanto rápidamente, rompió a llorar como el niño que no consigue lo que quiere, como esa madre desconsolada viendo a su hijo marchar hasta el final de un túnel al que no tiene acceso. Abrió sigiloso su ventana y tomo posición para acabar con su vida.

Inhaló el poco aire que aun merodeaba por la habitación, tan oscura y silenciosa. Al cerrar sus ojos pasaron todos esos momentos que cualquiera guardaría en la memoria de la película de su vida: Su boda, sus hijos, su muerte…
Alcanzó a poner el pie en el borde y saltó con todas sus fuerzas al vacío, al contenedor de sus sueños, a recuperar lo que había perdido.

Sonó el despertador y miro la ventana, tocó su cuerpo y miró a su lado, allí yacía una hermosa mujer rubia, con esa figura que hace tanto tiempo le había eclipsado en ese viejo café de Madrid: su Sara…su tesoro.

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