miércoles, 11 de febrero de 2009

'La frenética soledad' (II)



Cierro el libro y lo guardo entre mis muslos. Han pasado dos horas y sólo he pensando en ti y en mi incipiente dolor de barriga producido por la asquerosa comida. Lo único que me ronda la cabeza somos nosotros: cogidos de la mano, nosotros aunándonos en deseo, nosotros.

Al lado estaba ella. Con su mirada azul, extasiada de perfección. Si ella hablaba, ni un ápice del mundo paralelo de mi tren se movía. Ojeaba una revista buscando relajación y algo de conocimiento que sumar. Levantaba la vista y me miraba. Nadie me conocía mejor, nadie se había convertido en carne de mi carne, como ella.

Y me volvía a acordar de ti.

Con el traqueteo llegamos a Atocha, la estación que sangró hace unos años y de la que yo ahora me transformaba en plañidera. Entre los papeleos me volví a mirar el tren que había aguantado mis desvaríos. Mi padre siempre me decía, que mi peor defecto, era racionalizar las cosas.

Miro el reloj. Son las cinco y media de la tarde. Media tarde de sufrimiento. Aún no sabía porque estaba en Madrid. Alejarme de los problemas era otro de mis defectos, o mejor dicho, mi manera de solucionar esos desbarajustes. No transcurrió mucho tiempo (no más del que llevas leyendo) y la cerveza ya corría por mi garganta. María, Clemente y yo. La mesa. Encima de ella, mis manos revoloteantes que paraban el tiempo de mi voz y acompasaban mi triste historia.

-Ella miente. Ella no está enamorada de Jorge. Lo que pasa es que no puede encontrar un tío mejor- me digo en voz alta.

Ellos callan. La amistad a veces te hace no perder los estribos y soltarle un guantazo dialéctico a tu compañero y decirle: “¡Despierta, estás en un sueño!”. Pero así son los tiempos, fluctúan. Como la percepción que tengo de ti por momentos. Soy un atormentado. Te tengo, te pierdo, te tengo, te pierdo.

...................continuará..................................

martes, 10 de febrero de 2009

´La frenética soledad' (I)



Él sabía que tenía que contárselo, sin embargo, decidió coger el tren a Madrid. Mientras dejaba la pesada maleta (aunque sólo fuera a estar un día) en los compartimentos, pensaba si estaba haciendo lo correcto. Tanto tiempo había pensado que siempre hacía las cosas debidamente, que el bien y el mal se degradaba en una línea, que al final era ininteligible.

Ahora yo: El viaje se antojaba eterno. Sólo eran 4 horas de recordarte mientras me iba alejando poco a poco de ti. Me senté y cogí ‘Los renglones torcidos de Dios’, de Torcuato Luca de Tena. ¿Sería yo uno de esos renglones que se salen del folio? Todo iba torcido en mi vida. Sin trabajo, cada día bebiendo más y disfrutando cada vez menos de la vida.

Ya traen la comida. Para mi gusto, apesta a prefabricado y no siento nada al saborear un pedazo del bistec frío en mi boca. Me habré quedado insensible. El acomodador no dejaba de pasearse por los vagones, como buscando un punto en el que pasar las horas de viaje. Tiene que ser un suplicio seguir siempre el mismo trayecto, no salirse nunca del recorrido. Eso me estaba pasando contigo. No me estaba saliendo del recorrido y nuestra historia parecía estar adscrita a la monotonía, como la vida de esas personas mayores que sólo esperan, conformándose, el irreparable final

....................................Continuará......................................

lunes, 9 de febrero de 2009

...una vez en alta mar



A veces cuando parece sencillo, te sientes tan cerca que el miedo no te deja entrar. Cuando suenan las campanas y entran los rayos del sol....

miércoles, 4 de febrero de 2009

El torero no es graciosa huida, sino apasionada entrega



Estás tan fijo ya, tan alejado,
que la mano del Greco no podría
dar más profundidad, más lejanía
a tu sombra de mártir expoliado.

Te veo ante tu Dios, el toro al lado,
en un ruedo sin límites, sin día,
a ti que eras una Epifanía
y hoy eres un estoque abandonado.

Bajo el hueso amarillo de la frente,
tus ojos ya sin ojos, sin deseo,
radiográfico, místico, ascendente,

fiel a ti mismo, de perfil te veo,
como ya te verás eternamente,
esqueleto inmutable del toreo


José Alameda

martes, 20 de enero de 2009

O-B-A-M-A






Me presento aquí hoy humildemente consciente de la tarea que nos aguarda, agradecido por la confianza que habéis depositado en mí, conocedor de los sacrificios que hicieron nuestros antepasados. Doy gracias al presidente Bush por su servicio a nuestra nación y por la generosidad y la cooperación que ha demostrado en esta transición.

Son ya 44 los estadounidenses que han prestado juramento como presidentes. Lo han hecho durante mareas de prosperidad y en aguas pacíficas y tranquilas. Sin embargo, en ocasiones, este juramento se ha prestado en medio de nubes y tormentas. En esos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante, no sólo gracias a la pericia o la visión de quienes ocupaban el cargo, sino porque Nosotros, el Pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundacionales. Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de estadounidenses.

Es bien sabido que estamos en medio de una crisis. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía se ha debilitado enormemente, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas; se han eliminado empleos; se han cerrado empresas. Nuestra sanidad es muy cara; nuestras escuelas tienen demasiados fallos; y cada día trae nuevas pruebas de que nuestros usos de la energía fortalecen a nuestros adversarios y ponen en peligro el planeta.

Estos son indicadores de una crisis, sujetos a datos y estadísticas. Menos fácil de medir pero no menos profunda es la destrucción de la confianza en todo nuestro territorio, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y la próxima generación tiene que rebajar sus miras. Hoy os digo que los problemas que nos aguardan son reales. Son graves y son numerosos. No será fácil resolverlos, ni podrá hacerse en poco tiempo. Pero debes tener clara una cosa, América: los resolveremos.

Hoy estamos reunidos aquí porque hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia. Hoy venimos a proclamar el fin de las disputas mezquinas y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante tanto tiempo han sofocado nuestra política.

Seguimos siendo una nación joven, pero, como dicen las Escrituras, ha llegado la hora de dejar a un lado las cosas infantiles. Ha llegado la hora de reafirmar nuestro espíritu de resistencia; de escoger lo mejor que tiene nuestra historia; de llevar adelante ese precioso don, esa noble idea, transmitida de generación en generación: la promesa hecha por Dios de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos una oportunidad de buscar toda la felicidad que nos sea posible.

Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, sabemos que esa grandeza no es nunca un regalo. Hay que ganársela. Nuestro viaje nunca ha estado hecho de atajos ni se ha conformado con lo más fácil. No ha sido nunca un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo, o no buscan más que los placeres de la riqueza y la fama. Han sido siempre los audaces, los más activos, los constructores de cosas -algunos reconocidos, pero, en su mayoría, hombres y mujeres cuyos esfuerzos permanecen en la oscuridad- los que nos han impulsado en el largo y arduo sendero hacia la prosperidad y la libertad.

Por nosotros empaquetaron sus escasas posesiones terrenales y cruzaron océanos en busca de una nueva vida. Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y colonizaron el Oeste; soportaron el látigo y labraron la dura tierra. Por nosotros combatieron y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn. Una y otra vez, esos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener las manos en carne viva, para que nosotros pudiéramos tener una vida mejor. Vieron que Estados Unidos era más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales; más grande que todas las diferencias de origen, de riqueza, de partido.

Ése es el viaje que hoy continuamos. Seguimos siendo el país más próspero y poderoso de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado ni el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el periodo del inmovilismo, de proteger estrechos intereses y aplazar decisiones desagradables ha terminado; a partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y empezar a trabajar para reconstruir Estados Unidos.

Porque, miremos donde miremos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía exige actuar con audacia y rapidez, y vamos a actuar; no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino para sentar nuevas bases de crecimiento. Construiremos las carreteras y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que nutren nuestro comercio y nos unen a todos. Volveremos a situar la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención sanitaria y rebajar sus costes. Aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra para hacer funcionar nuestros coches y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y nuestras universidades para que respondan a las necesidades de una nueva era. Podemos hacer todo eso. Y todo lo vamos a hacer.

Ya sé que hay quienes ponen en duda la dimensión de mis ambiciones, quienes sugieren que nuestro sistema no puede soportar demasiados grandes planes. Tienen mala memoria. Porque se han olvidado de lo que ya ha hecho este país; de lo que los hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une a un propósito común y la necesidad al valor.

Lo que no entienden los escépticos es que el terreno que pisan ha cambiado, que las manidas discusiones políticas que nos han consumido durante tanto tiempo ya no sirven. La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno interviene demasiado o demasiado poco, sino si sirve de algo: si ayuda a las familias a encontrar trabajo con un sueldo decente, una sanidad que puedan pagar, una jubilación digna. En los programas en los que la respuesta sea sí, seguiremos adelante. En los que la respuesta sea no, los programas se cancelarán. Y los que manejemos el dinero público tendremos que responder de ello -gastar con prudencia, cambiar malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día-, porque sólo entonces podremos restablecer la crucial confianza entre el pueblo y su gobierno.

Tampoco nos planteamos si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su capacidad de generar riqueza y extender la libertad no tiene igual, pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse, y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos. El éxito de nuestra economía ha dependido siempre, no sólo del tamaño de nuestro producto interior bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de ofrecer oportunidades a todas las personas, no por caridad, sino porque es la vía más firme hacia nuestro bien común.

En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falso que haya que elegir entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros Padres Fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, elaboraron una carta que garantizase el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha perfeccionado con la sangre de generaciones. Esos ideales siguen iluminando el mundo, y no vamos a renunciar a ellos por conveniencia. Por eso, a todos los demás pueblos y gobiernos que hoy nos contemplan, desde las mayores capitales hasta la pequeña aldea en la que nació mi padre, os digo: sabed que Estados Unidos es amigo de todas las naciones y todos los hombres, mujeres y niños que buscan paz y dignidad, y que estamos dispuestos a asumir de nuevo el liderazgo.

Recordemos que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y el comunismo no sólo con misiles y carros de combate, sino con alianzas sólidas y convicciones duraderas. Comprendieron que nuestro poder no puede protegernos por sí solo, ni nos da derecho a hacer lo que queramos. Al contrario, sabían que nuestro poder crece mediante su uso prudente; nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y la moderación que deriva de la humildad y la contención.

Somos los guardianes de este legado. Guiados otra vez por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen un esfuerzo aún mayor, más cooperación y más comprensión entre naciones. Empezaremos a dejar Irak, de manera responsable, en manos de su pueblo, y a forjar una merecida paz en Afganistán. Trabajaremos sin descanso con viejos amigos y antiguos enemigos para disminuir la amenaza nuclear y hacer retroceder el espectro del calentamiento del planeta. No pediremos perdón por nuestra forma de vida ni flaquearemos en su defensa, y a quienes pretendan conseguir sus objetivos provocando el terror y asesinando a inocentes les decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no podéis romperlo; no duraréis más que nosotros, y os derrotaremos.

Porque sabemos que nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra; y porque probamos el amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y salimos de aquel oscuro capítulo más fuertes y más unidos, no tenemos más remedio que creer que los viejos odios desaparecerán algún día; que las líneas tribales pronto se disolverán; y que Estados Unidos debe desempeñar su papel y ayudar a iniciar una nueva era de paz.

Al mundo musulmán: buscamos un nuevo camino hacia adelante, basado en intereses mutuos y mutuo respeto. A esos líderes de todo el mundo que pretenden sembrar el conflicto o culpar de los males de su sociedad a Occidente: sabed que vuestro pueblo os juzgará por lo que seáis capaces de construir, no por lo que destruyáis. A quienes se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y acallando a los que disienten, tened claro que la historia no está de vuestra parte; pero estamos dispuestos a tender la mano si vosotros abrís el puño.

A los habitantes de los países pobres: nos comprometemos a trabajar a vuestro lado para conseguir que vuestras granjas florezcan y que fluyan aguas potables; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y saciar las mentes sedientas. Y a esas naciones que, como la nuestra, disfrutan de una relativa riqueza, les decimos que no podemos seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él.

Mientras reflexionamos sobre el camino que nos espera, recordamos con humilde gratitud a esos valerosos estadounidenses que en este mismo instante patrullan desiertos lejanos y montañas remotas. Tienen cosas que decirnos, del mismo modo que los héroes caídos que yacen en Arlington nos susurran a través del tiempo. Les rendimos homenaje no sólo porque son guardianes de nuestra libertad, sino porque encarnan el espíritu de servicio, la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Y sin embargo, en este momento -un momento que definirá a una generación-, ese espíritu es precisamente el que debe llenarnos a todos.

Porque, con todo lo que el gobierno puede y debe hacer, a la hora de la verdad, la fe y el empeño del pueblo norteamericano son el fundamento supremo sobre el que se apoya esta nación. La bondad de dar cobijo a un extraño cuando se rompen los diques, la generosidad de los trabajadores que prefieren reducir sus horas antes que ver cómo pierde su empleo un amigo: eso es lo que nos ayuda a sobrellevar los tiempos más difíciles. Es el valor del bombero que sube corriendo por una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre de cuidar de su hijo; eso es lo que, al final, decide nuestro destino.

Nuestros retos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito -el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- son algo viejo. Son cosas reales. Han sido el callado motor de nuestro progreso a lo largo de la historia. Por eso, lo que se necesita es volver a estas verdades. Lo que se nos exige ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones con nosotros mismos, nuestro país y el mundo; unas obligaciones que no aceptamos a regañadientes sino que asumimos de buen grado, con la firme convicción de que no existe nada tan satisfactorio para el espíritu, que defina tan bien nuestro carácter, como la entrega total a una tarea difícil.

Éste es el precio y la promesa de la ciudadanía.

Ésta es la fuente de nuestra confianza; la seguridad de que Dios nos pide que dejemos huella en un destino incierto.

Éste es el significado de nuestra libertad y nuestro credo, por lo que hombres, mujeres y niños de todas las razas y todas las creencias pueden unirse en celebración en este grandioso Mall y por lo que un hombre a cuyo padre, no hace ni 60 años, quizá no le habrían atendido en un restaurante local, puede estar ahora aquí, ante vosotros, y prestar el juramento más sagrado.

Marquemos, pues, este día con el recuerdo de quiénes somos y cuánto camino hemos recorrido. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el mes más frío, un pequeño grupo de patriotas se encontraba apiñado en torno a unas cuantas hogueras mortecinas a orillas de un río helado. La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en el que el resultado de nuestra revolución era completamente incierto, el padre de nuestra nación ordenó que leyeran estas palabras:

"Que se cuente al mundo futuro... que en el más profundo invierno, cuando no podía sobrevivir nada más que la esperanza y la virtud... la ciudad y el campo, alarmados ante el peligro común, se apresuraron a hacerle frente".

América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras dificultades, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas y soportemos las tormentas que puedan venir. Que los hijos de nuestros hijos puedan decir que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a permitir que se interrumpiera este viaje, no nos dimos la vuelta ni flaqueamos; y que, con la mirada puesta en el horizonte y la gracia de Dios con nosotros, seguimos llevando hacia adelante el gran don de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones futuras.

Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América.

sábado, 17 de enero de 2009

Esto ya no es lo que era

Tras largo tiempo de letargo creativo vuelvo a mi rincón. El nombre de la entrada viene que ni pintado para dar paso al vídeo que podréis ver a continuación. La vida real, que agobia y que casi no entendemos, contada por dos "zevillanó" de pro. Gracias a Carlos por enseñármelo.

PD: Vuelvo a escribir más y espero que mejor. No dejéis de leer!

lunes, 15 de diciembre de 2008

UCAM Medialab 08. Ya está aquí la audiencia


Los días 11 y 12 disfrutamos en la Universidad Católica del encuentro UCAM Medialab 08, que rezaba el lema "Co-laborando con las audiencias", posesionando firmemente a los ciudadanos con el periodismo 2.0 y sus profesionales. Aunque hubiera preferido la Iglesia de los Jerónimos como escenario (por su majestuosidad, hábilmente ornamentada), el Salón de Actos de la Universidad sirvió de cobijo a todos los periodistas y no periodistas que allí nos congregamos.

La encargada de encender el pebetero fue Rosa Jiménez, que es la encargada de las redes sociales de El País. Para empezar a hablar de modernidad, puso el ejemplo de las antiguas ediciones de El País, que no llevaban tilde en su i. Era imposible con la maquinaria de esos tiempos ponerle una tilde. Pero los tiempos cambian y ahora esa cabecera lleva tilde, porque se puede. Como también se puede formar parte de ElPais.com sin tener que haber estudiado Comunicación.

Cada vez los usuarios tienen un papel muy importante y a través de los comentarios, o con la plataforma '8% de la audiencia', pueden generar su contenido. Rosa nos mostró como El País ha ido entrando en el mundo web y ha cogido el concepto de periodismo ciudadano. Sin embargo, piensa que se depende mucho de "la dictadura de la portada". Tras mostrarnos el crisol de plataformas que contiene el periódico, nos dijo que la web no debe ser un volcado del periódico, sino que tiene que tener su autonomía, y subrayó, que el mundo web no acabará con el periodismo que conocemos.

El segundo ponente fue Ismael El-Qudsi, de Havas. Nos habló de la dificultad de la ignorancia en la red. Mucha gente no sabe utilizar diversas plataformas o diversas herramientas y eso provoca el desconocimiento del medio. Comparo el mundo 2.0 con el "Dark Side of the Moon", puede tener millones de significados, uno para cada persona. Para él, este concepto es polisémico. Lo importante en la red es crearte tu "identidad digital" y que mucha gente te vea y te conozca.

Gracias al contenido generado por los usuarios se llega al crowdsourcing, a la inteligencia colectiva en honor a los contenidos. Nos animó explicando las tres etapas de Schopenhauer. Primero nos ridiculizarán, luego nos rechazarán, pero terminarán aceptándonos como borregos. Es importante saber qué se dice de ti en Internet y por qué. Eso nos hará crearnos una reputación, mejorarla o incluso mantenerla.

Javier Cañada, de Programa Vostok comenzó diciendo: "no nos damos cuenta de que lo que hacemos es volcar y volcar información". De este modo no cogemos lo más importante de la noticia. Nos descubrió Planetaki, un lector de feeds que no "almacena basura" como Bloglines.

Con el formato de una sola columna, creándote tu propio mundo, el 'ruido' no se almacena (como pasa con Twitter) y conseguimos un racionamiento de la información en nuestra cabeza. Con un avatar para cada fuente, el máximo objetivo de esta herramienta es informar escuetamente para que se puede llegar, de uno u otro modo, a todas las informaciones. Además, tu perfil puede ser público o privado, para que otra gente entre en tu mundo de información o no.

Álvaro Ortiz, fundador de La Coctelera, nos habló de cómo era un día en su oficina de trabajo. En sus palabras "no quería aburrir con teoría". El proyecto de blogs de 'La Coctelera' es uno de los más respetados del panorama español, y Furilo (como se conoce en la red), nos quiso hablar de que profesionales buscaban en su consultora.

Además de mostrarnos como era su día a día, comenzando por alguna que otra estadística y una escalofriante hoja de Excel, nos habló de lo importante que era tener a los clientes controlados (en el buen sentido de la palabra), para tener éxito en la red.

Aunque lo que más se busca en su web es gente que controle HTML y sepa maquetar, nos animó a adentrarnos en ese mundillo, que nos serviría para mucho en el futuro. Nos habló de como los proyectos de nuevas funcionalidades se les pasaban al diseñador gráfico para que las llevará a la realidad. También nos advirtió de la 'gente rara' que controla las máquinas, esas personas que arreglan los utensilios y que suelen ser algo extrañas. Por último nos definió el perfil que había que tener en la red: "diseñador de interacción, arquitecto de la información, diseñador gráfico y maquetador". Casi nada.

La siguiente ponencia trató de los errores en la prensa. Josu Mezo, padre de Malaprensa, nos habló de cómo un fallo en la prensa puede traer una gran ráfaga de comentarios en la red. Mezo, que es sociólogo, nos adentró en un mundo de erratas y monumentales metidas de pata, que generaban en el lector de la web, tres sensaciones bien diferentes.

1. Lealtad: los que prefieren los medios por su silencio.

2. Salida: errores profesionalizados.

3. Voz: denuncias de los medios en páginas no especializadas.

De todos estos males surgen los blogs, que dirigen la opinión pública a la necesidad de juzgar lo que está leyendo. Aunque existen cartas que se mandan a la publicación, quejándose de algún artículo del periódico, según Mezo, todavía no se ha dado la verdadera rebelión de los lectores.

Carlos Albaladejo, antiguo estudiante de la UCAM, sobresalió por su foto de Curriculum. En ella, aparecía el susodicho montando un triciclo, ataviado con un traje impoluto. Él mismo aseguraba: "así conseguí mi primer trabajo. Mi jefe dijo: por lo menos este es original".

Con eso intentó demostrar que para ser un profesional de la comunicación estos tiempos, se necesita mucho más. Volvió al tema de la reputación en Internet y puso como ejemplo a un alumno. Google se convierte en un Dios que hace y deshace a su manera y que nos puede dar la vida o quitárnosla.

El siguiente ponente fue Chiqui de la Fuente, periodista de 'El País' y Jefe de Formación del mismo periódico. Nos expuso un paisaje desolador, en el que el mundo web terminará comiéndose a la prensa tradicional. Y como todos los cambios, debemos de adaptarnos. Para ello, subrayó la importancia de ir a seminarios y de aprender idiomas. También vaticinó que será importante dentro de poco "saber chino". Nos dio una clase magistral mostrando como deberá ser el periodista del futuro. También, nos habló del Master de 'El País' y de la preparación que da a los futuros periodistas de ese medio, o de otro cualquiera del mismo grupo.

Juanlu Sánchez, ya en el último cuarto de este UCAM Medialab, nos habló de su concepción del periodismo y del periodista. Comentó los tejemanejes que tiene el mundo web y lo que significa hoy y significará en un futuro. Los blogs ya están aquí desde hace mucho tiempo y dan voz a los que no tiene, uno de las funciones por antonomasia del periodismo