Llegabas tarde y al sitio equivocado, como siempre. Miro a lo ancho de la Gran Vía y se me hace eterna. Venías con ganas de olvidar, de dar el paso entre la línea borrosa de la alegría y la tristeza. Pero siempre volaste bajo y tus alas se batían en el engaño.
Me ponías de los nervios. Lo peor es que lo sabías. Sabías que te necesitaba muy cerca, casi en el oído. Pero te olvidaste de ponerme en tu lista. Siempre había alguien por delante. Ni siquiera en tus domingos, esos de café y cigarro, tenías un hueco para a mí en tu agenda.
Y tiré la toalla. Lo dejé porque me cansaba y te cansaba. Porque eran horas interminables de conversaciones banales. No estábamos tan unidos como parecía al principio. Último sorbo al café. Me levanto. Adiós.
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